Puebla de los Ángeles combina gastromía y arte sacro
EMBAJADORES Y ESCRITORES han sido huéspedes de esta casona del siglo XVII; mole poblano, escamoles, unos guajolotes (pan de agua) o unos chopandongos (tortillas con queso ), el menú que ofrecen.
La idea es conectarse con el pasado, vivir el barroco y discurrir con él en la ciudad más barroca de México: Puebla de los Ángeles. En el tradicional callejón de los sapos, una vieja casona del siglo XVIII, donde la gastronomía tradicional y el arte sacro dominan la experiencia sensorial del visitante, el patio hacia donde avistan ocho habitaciones, la cocina y el salón, corresponden a una galería de antigüedades, espejos, pianos y pianolas, escritorios de madera tratada y reclinatorios, todo a la venta, cual decoración o ambientación barroca de uno de los hoteles boutique más suntuosos y monásticos de la Angelópolis: Mesón de la Sacristía. Tras arribar al bello patio con su escalera rectangular y balcones simétricos, un cristo de madera y frescos de santos y el de una virgen de Guadalupe, miran a la terraza donde lo antiguo y la tradición se mecen en el tiempo, varias mesas con sombrillas reciben al turista que comerá un mole poblano, escamoles, unas chalupitas o unos guajolotes (pan de agua) o unos chopandongos (tortillas con queso pasadas en mole o pipián, recuperados por esta cocina), la recepción es una galería llena de santos y mecedoras de mimbre, en que una gentil recepcionista te ofrecerá una enorme llave antigua de unos 10 centímetros.
UNA EXPERIENCIA SENSORIAL DEL BARROCO.
Embajadores, artistas, escritores, han sido sus huéspedes, de quienes se vanaglorian en su registro. La experiencia es espiritual y festiva, cual su nombre, Mesón de la Sacristía de la Compañía, donde se hacen las tareas antes de los oficios sacramentales —con risas discretas—, es el barroco novohispano, donde el chocolate y el mole, rubricaron la gastronomía de este país. Nos recibe la habitación suite con todos los servicios La Cojonera, el bello ropero con su esplendor y gran tamaño es mueble mexicano del siglo XVIII en madera de cedro y la mesa de trabajo es francesa con incrustaciones de carey, un fresco de una virgen del siglo XIX, vive en la pared que da al baño, tras un arco. El grosor de las paredes apenas permite la señal del celular y una intermitente Wifi, pero te das cuenta que no los necesitas, has franqueado una frondosa puerta de madera allende el tiempo. La escalera es de talavera poblana azulada, en triangulaciones precisas, te das cuenta que puedes conectarte con el pasado y gozar de la espiritualidad que te ofrece cada rincón del hotel boutique. La perversidad te llega a la cabeza con los reclinatorios de las habitaciones, las mesas con detalles de hoja de oro, todo te acerca a la liviandad y a disfrutar de esa carta de vinos mexicanos y pedir los mil moles y platillos que te ofrece la carta de una gastronomía exultante y poderosa. El pecado de cada habitación tiene su propio nombre: Cajonera, bautismal, reclinatorio, pila, incenciario, naveta, vinajeras, cirial y reliquia. Todas las habitaciones con decorado diferente y con el detalle de “todo se vende”: estás en una galería, hotel, museo más gastronomía de punta y arte, y todo con servicio a tu habitación; en sus paquetes Lunamielero: fin de semana romántico o aniversario, y en sus cursos: La cocina de Puebla de Sor Juana Inés de la Cruz y La Talavera de Puebla, tradición artesanal; Fotografía digital, Retratos antiguos, y Taller de puntura: Puebla en perspectiva. Experiencias diversas, orgiásticas y didácticas, todas desde la experiencia del barroco novoshipano.
RESTAURANTE LA COMPAÑÍA. Una reconstruida cocina tradicional poblana del siglo XIX, como marco para la foto es la escenografía, y una cocina tradicional contemporánea con platillos de temporada y de autor. El restaurante cuenta con el Salón Talavera, el Patio o la terraza y el Salón del Piano, donde todas las noches hay música en vivo, desde boleros, tango, música tradicional y jazz, de hecho, se advierte a los visitantes que la música puede invadir la privacidad de las habitaciones, pero además de contar con músicos y cantantes virtuosos deliciosos, los gruesos muros hacen lo suyo para la placidez del descanso y la intimidad celebratoria.
EL MENÚ BARROCO. Chipotles rellenos de queso y capeados, perejil frito con camarones y tocino espolvoreado, para abrir boca, con un tino blanco mexicano de la extensa carta, puede ser una opción; mirando al callejón de los sapos, con su vida febril y ardiente, la sopa sacristía, resulta un descubrimiento, a base de chicharrón queso y chipotle, la sopa del obispo, la preferida del obispo Palafox, de habas con nopales; o el caldo de los capos, una bomba a base de caldo de res, chicharos, arroz y zanahoria, o bien, el caldo de los enfermos (o levanta muertos), con pollo y garbanzos, todo un bálsamo para el espíritu. Los gruesos muros en de la habitación, ya sea por el mole de la Sacristía, a base de chipotle quemado y tomate, el mancha manteles o las enchiladas Santa Rosa, con el espumoso burbujeante, dejaron en claro que los fantasmas o esas energías centenarias, fluyen y se dejan ver y casi atrapar por los propios sensibles teléfonos Android. Energías positivas, descubrió la pareja en aniversario de La Orgía de los Sabores, después del manjar. Pero sí hay fantasmas, y son muy comodines. Una experiencia sensorial completa se vive en el Mesón de la Sacristía.